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Un corazón audaz

Parecía cansada. Casi sin aliento, atropelladamente, juntaba unas con otras las palabras. Rápido, porque había que continuar pateándose las calles. Seguramente, ni la forma ni el fondo se ajustaban a las directrices que sobre búsqueda de empleo se establecieron un día en algún congreso o algún blog, pero esas cosas importan bien poco cuando no tienes donde caerte muerto.

Así que allí estaba, en la puerta de una oficina de la que no sabía absolutamente nada, hablando con gente que no conocía de nada y explicándoles su situación: ella en paro, su marido recién despedido y dos hijos en el mundo.

– “Para lo que sea, ¿eh?” -nos decía- “Puedo limpiar, coger el teléfono, llevar papeles…”.

María José no tendría más de 25 años. En su currículum había de todo: dependienta en una tienda de moda, reponedora en un gran supermercado, repostera, limpiadora…

– “Por favor”, pedía, y a mí se me caía el alma al suelo.

Recibo casi una decena de currículums todos los meses. Jóvenes tremendamente preparados. Gente brillante que busca una oportunidad en un mundo que no está pensado para ellos porque nadie piensa en ellos. Porque, acabado el anestésico de másteres y erasmus, de décadas de estudio, toca llamar a la puerta del mundo real. Pero no os engañéis: esto no tiene nada que ver con la crisis. Simplemente está montado así. Los jóvenes  son mano de obra barata, más barata cuanto más sean sus ganas de empezar a trabajar.

Lo de María José es diferente. Cada uno de los miembros de centenares de miles de familias como la suya se despierta cada mañana con una extraña sensación de esperanza y desesperación. Desesperados, porque un día más deben apañárselas para sobrevivir con unos pocos euros. Ilusionados con un precisamente estábamos buscando a alguien como tú.

María José lloraría si tuviera tiempo u oportunidad. La imagino dando el desayuno a sus hijos mientras consulta las páginas amarillas y planifica la ruta del día, en busca de un puñado de oficinas y tiendas a las que llevar su heterodoxo currículum. Pidiendo, de nuevo, la oportunidad de ganarse el pan trabajando de “lo que sea”. E imagino a su marido haciendo tres cuartos de lo mismo. Pateándose la ciudad. Buscando desesperadamente un trabajo que no llega. Antes de que se acaben los pocos ahorros que les quedan. Antes de que su banco empiece a enviarles amenazadoras cartas exigiéndoles el pago de su hipoteca.

Sin embargo, no pueden entretenerse en lamentos, y a la mañana siguiente vuelven a intentarlo. Y a la siguiente. Y así hasta que, algún día, en una de sus embestidas en busca de un trabajo, María José reciba al fin un ‘sí, quiero’, y deje de sentir un puñetazo en el estómago cuando se levante de la cama. Porque sabrá que sigue siendo útil. Que aquello no fue más que una pesadilla.

Y que puede sentirse orgullosa de todo lo que hizo. De no perder nunca la esperanza ni caer derrotada. Porque no hay mierda de crisis que pueda con un corazón audaz.

 

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