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Crónicas de la Huelva encantada

16/05/2021

Entrada original:
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Publicación en papel:
Crónicas de la Huelva encantada

Crónicas de la Huelva encantada

Un pisito en Matalascañas, el Manuel Lois y el Tiro Pichón de Jabugo, ejemplos de casas encantadas. La provincia guarda en secreto algunos de los lugares más mágicos del mapa de los fenómenos extraños. El investigador José Manuel García Bautista hace de guía en este recorrido por la Huelva más fantasmal

Hay fantasmas y fantasmas. En las redes sociales, por ejemplo, los hay a montones. En realidad están por todas partes. A estos se les ve de lejos y hay otros a los que no todo el mundo ve y que, aún viéndolos, resulta difícil creer que uno los esté viendo de verdad. Son estos, los fantasmas de siempre, los de antes, los protagonistas de este texto. Esos que a veces dan miedo y a veces pena y a veces risa. Esos que habitan casas, que les dan una vida propia y las convierten en leyenda. De ellas, de esas casas, se habla en esta historia de fantasmas.

Sonia, por ejemplo, probablemente no creía en ellos hasta entonces. Ese verano consiguió alquilar con su familia un apartamento en Matalascañas a un precio increíble. Vistas al mar, muy buen estado, coqueto y barato. 700 euros por una quincena de veraneo en la playa. Una ganga. Dos semanas que iban a atragantárseles o, cuanto menos, no les saldrían ni mucho menos como esperaban. Primero fue la televisión, que inexcusablemente se encendía cada madrugada a las cinco. Era una de aquellas de culo gordo, de buen fondo, aunque relativamente moderna, así que lo achacaron a algún tipo de programación de encendido que, eso sí, nunca encontraron. Cansados de la misma historia cada noche decidieron apagarla con el botón en lugar de con el mando, pero ni con esas. “Esta casa está encantada”, comentaban con ese tono entre la broma y el miedo que se le da a las cosas imposibles y que, aún siendo imposibles, asustan. Así que siguieron como si nada, acostumbrados ya a despertar cada madrugada para quitar Telecinco, hasta que empezaron otros problemas. Las luces que se encendían y apagaban solas, los súbitos cambios de temperatura, los fallos de los electrodomésticos, la escasa duración de la batería de los móviles… Aún con todo aquello en las narices siempre había una solución racional a lo que estaba pasando, hasta que la vio.

Una de esas noches calurosas de verano, esas en las que sale más a cuenta pasarla charlando y tomando algo que retorciéndose en la cama, se encendió la televisión con todos allí, al lado, en el preciso momento en que una figura, la sombra de lo que parecía una señora mayor, cruzaba el salón de lado a lado. Los padres de Sonia decidieron dejar atrás sus vacaciones y volver a Sevilla. No aguantaban más. A sus dos hijos, sin embargo, ni se les pasaba por la cabeza perderse esos días de playa y amigos, así que se quedaron. Sonia fue la siguiente en marcharse. Se estaba duchando cuando su hermano entró al baño. Ella le pidió una toalla, que recibió en un profundo silencio. Luego se vistió, salió al salón y allí vio cómo se abría la puerta de la casa y su hermano, unos dos años mayor que ella (por entonces, hablamos de 2014, Sonia tenía 19 años) entró saludándola como si no hubiera estado en el baño hacía un momento. Lo normal, vaya, cuando en realidad no se ha estado en el baño hace un momento.

En las películas de miedo siempre hay un valiente que nunca acaba bien. Esto, por suerte, no es una peli, así que nuestro valiente no acabó ni bien ni mal. El hijo mayor de la familia creyó conveniente, o divertido, o lo que fuera, hacer una sesión de ouija en el apartamento junto a un par amigos. Y sí, contactaron con algo, o alguien, que les dijo que aquella era su casa y que se marcharan de allí. Que eran intrusos. Pocos intrusos quedaban ya salvo él mismo, que finalmente fue quien se encargó de entregar las llaves al propietario y, de paso, preguntarle por la cuestión. Efectivamente la dueña de la casa había muerto allí mismo de un infarto, una madrugada de años atrás. La señora pasaba largas temporadas en Matalascañas. Adoraba su pisito de la playa. Le gustaba ver Telecinco.

“Estuve allí, claro. Una sola vez, cuando la familia, a la que conozco, me contó la historia. Cuando íbamos a cerrar la investigación el propietario se echó para atrás. No pudo ser. Pero hoy en día, cuando paso cerca por alguna razón me gusta mirar el apartamento. A veces está alquilado y a veces no”. Esto que aparece entrecomillado lo dice José Manuel García Bautista, periodista y escritor sevillano destacado por ser uno de los máximos exponentes nacionales en la divulgación del misterio y la Historia. Lleva más de tres décadas dedicado a investigar temas relacionados con fenómenos inexplicables. Es director de ‘Voces del Misterio’, miembro del programa ‘La noche más hermosa’ de Canal Sur Radio y de ‘El gallo que no cesa’ de Radio Nacional de España, además de colaborador en programas de televisión de Canal Sur, DMax, Canal Historia y Mega. El caso del piso de Matalascañas se quedó ahí, tan solo en una serie de testimonios cercanos que no pudo comprobar con su equipo, pero García Bautista sí que ha estado en otras casas y edificios ‘encantados’ de la provincia y ha vivido situaciones extraordinarias en ellos. Algunas, casi cómicas; otras, angustiosas. Muchas eran solo sensaciones; otras tantas, realidades en forma de imágenes fijadas a un fotograma en un vídeo o sonidos pegados a una cinta magnética.

El Manuel Lois
Un sanatorio siempre ha garantizado una buena historia de terror: un viejo hospital, abandonado a su suerte entre paredes rotas, destartaladas camillas, una capilla vacía y el acero inoxidable de quirófanos y mortuorios son un escenario ideal para pasar miedo. Será por eso que el antiguo Hospital Manuel Lois, hoy derruido, dio tanto que hablar en la ciudad. O quizás no solo fue por el escenario. El Lois “es, con diferencia, uno de los mayores exponentes de hospitales encantados que he conocido”, afirma rotundo García Bautista, que pudo hacer el trabajo de campo cuando aún se atendían las urgencias en una parte del edificio. Allí tomó testimonios estremecedores y datos “rotundos” sobre la presencia de fenómenos extraños que se producían en cuanto uno se adentraba por el pasillo que separaba la zona abandonada de que seguía en uso: “Era como viajar a otro mundo. En el momento en que entramos empezaron a producirse caídas bruscas de temperatura, pero no hablamos de cualquier cosa, sino de 14 o 15 grados arriba y abajo, y cada caída coincidía con una inclusión psicofónica. No era normal”.

Tampoco lo eran las experiencias de muchos de los que habían trabajado en el edificio. Vigilantes, médicos y sanitarios, “gente muy cualificada cuyo testimonio, sinceramente, nunca pondría en duda”, les contaron situaciones que a cualquiera le habrían hecho salir pitando del hospital para no volver jamás. Es conocida la historia del perro Danko y su compañero Daniel, uno de los guardas de seguridad. Daniel escuchó ruidos en la quinta planta y “subió para ver qué pasaba. No encontró a nadie, pero enseguida vio cómo se formaba ante él una silueta de lo que parecía una persona vestida con una ropa blanca y que relacionó con una religiosa vestida de blanco, posiblemente una monja”. Danko se situó tras su compañero “asustado y en posición defensiva, no quería estar allí”. A Daniel “le costó más de un problema contar aquello”, y posiblemente por eso otros testigos de sucesos extraños prefirieron desde entonces mantener el anonimato. Como el médico que, una noche, escuchó un llanto desconsolado más allá del pasillo. Después de cruzarlo ya no se oía nada, pero sí que vio algo: la silueta de una persona (vestida de blanco) que cruzaba de una habitación a otra. Movido por la curiosidad, el doctor se dirigió hacia allí y cuando entró no vio a nadie. “En ese momento, me dijo, fue cuando comprendió que todo lo que había escuchado del Manuel Lois era verdad”.

El Tiro Pichón
Donde sí que han creído siempre en los fantasmas, porque han vivido con ellos, es en Jabugo. El que probablemente es su edificio más emblemático (qué demonios, el más emblemático sin duda), el del Tiro Pichón, es un “ejemplo muy claro de lo que es una casa encantada”. Diseñada por el arquitecto Aníbal González y reconvertido hoy en museo (es la sede del Centro de Innovación y Promoción del cerdo ibérico), la construcción fue antaño casa de verano para reyes y nobles, albergue de las colonias infantiles y orfanato. Sin duda un buen historial que da mucho juego a decenas de historias de fantasmas. En el pueblo cuentan dos: la de los hermanos y la del fantasma del guardés. La primera tiene un origen más reciente, en los años 40, cuando durante el franquismo se utilizó el edificio como destino de colonias de verano infantiles. Cuentan en Jabugo que uno de esos veranos murió ahogada una niña y que al año siguiente lo hizo su hermano, aseguran, engañado por el fantasma de su hermanita. Ambos, intuyen en el pueblo, siguen aún correteando por el edificio. La segunda historia es algo más antigua y trata sobre el fallecimiento, en tiempos del rey Alfonso XIII, de un viejo guardés de la finca que había prometido cuidarla y vigilarla para siempre. Y ahí sigue, hombre de palabra, cumpliendo su promesa.

Ambas podrían ser unas excelentes historias para justificar lo que ocurre allí. O, como mínimo, lo que les ocurrió a los miembros del equipo de José Manuel García Bautista en sus dos incursiones en el Tiro Pichón. “En-fer-mi-zoo”. Así, como se lee, separando claramente las sílabas y alargando la o al final, quedó recogido en las grabaciones. García Bautista lo escuchó a posteriori, repasando las cintas. Fue la respuesta a una pregunta, “¿Hay alguien más ahí?”, que formuló cuando notó una presencia invisible que pisaba el suelo tras él. Ese fue el primer contacto del grupo con un fenómeno extraño en el edificio, pero no sería el último. Noviembre de 2007. Aproximadamente eran las cinco de la tarde, una hora y una fecha en la que, en la Sierra, se asoma ya, tímidamente, la noche. José Manuel, Sergio Moreno y Jordi Fernández Cabrera, el equipo del popular programa “Voces del misterio”, habían escuchado algunas cosas sobre el Tiro Pichón de Jabugo y decidieron acercarse para investigar si había algo de verdad en ellas. Detectores de presencia, equipos de grabación de audio y vídeo, termómetros… Todas las herramientas que podían acarrear tres personas y que demostrarían, o no, la presencia de fantasmas. Su paseo por el basto edificio “fue muy curioso. Había pintadas, una ouija improvisada sobre el suelo, sentíamos pisadas que hacían crujir el suelo de madera…”. Todo muy intrigante pero nada especialmente extraordinario. Hasta que tomaron el pasillo en dirección a la escalera central. Andaban por el largo pasillo que distribuía las habitaciones del albergue. Se escuchaban ruidos y susurros, se percibían ligeras bajadas de temperatura… Fenómenos que posiblemente podrían explicarse con algún argumento racional. Lo que sí que no tenía explicación es que llevaran más de 10 minutos caminando: “El edificio es muy grande, es enorme, pero cuando me fijé en que llevábamos tanto tiempo andando por el pasillo me paré y lo hablamos. Era imposible. Jordi comenzó a sentirse mal, muy cerca de un ataque de pánico. Traté de calmarlo y cogí unos restos de arcilla del suelo dispuesto a romper los cristales para salir de allí como fuera, pero inmediatamente, de repente, todo volvió a la normalidad y vimos la escalera al fondo. Fue un momento muy tenso, muy angustioso. Ese día dejamos ahí la investigación y nos marchamos”, explica García Bautista.

Para la segunda ocasión el equipo no fue de tres, sino de 14 personas. Aquel día escucharon una extraña música, algún tipo de himno marcial, que parecía proceder de detrás de un mural pintado en la pared y vieron con claridad cómo se produjo un ‘aporte’ (en parapsicología, un aporte es la materialización de un objeto que en principio no estaba ahí, en este caso una cadenita o gargantilla que apareció en el suelo), y, como en la anterior ocasión, susurros y pisadas tras ellos. Sin embargo, lo que los dejó más fascinados fue la escena que presenció Luis Mariano Fernández (periodista y presentador del desaparecido programa ‘Mis enigmas favoritos’) cuando al entrar en uno de los salones del edificio “vio claramente cómo alguien se levantaba de uno de los sillones y salía andando de la sala”, una figura que “bien podría ser la del fantasma del guardés”. ¿Estaban seguros? Claro que no: “solo lo creemos. Hacemos hipótesis, más o menos fundadas, de las cosas que vemos. Aquí no hay nada seguro”.

Tres historias. Tres casas encantadas que “condensan muy bien este tipo de fenómenos” y que en la provincia de Huelva se producen en muchos otros edificios: la actual Facultad de Empresariales, antiguo convento y hospital mercedario, el chalet Plus Ultra de Gibraléon, la casa de las gemelas de Ayamonte… “Huelva tiene muchos casos buenos, sitios muy curiosos como el Monasterio de La Rábida o la Peña de Arias Montano, leyendas como la del prenauta o la catedral inacabada… Hay muchos lugares mágicos, lugares de poder”, asegura García Bautista, en una provincia “en la que el misterio está muy presente, no sé si por su posición geográfica, puede que por su antigüedad…”.

Quien quiera o no creer en esos fenómenos ya es otra cosa. Por si acaso, y para evitar sustos, mejor tomarse con mucha precaución algunas de las curvas de las carreteras de la Sierra en las que, dice el investigador, puede asomarse alguna dama de blanco.

¿Que no?

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