Actualidad, Mi mundo

Todo cambia, nada cambia

Ya no hay hombres feos. Los que lo son se esconden tras pobladas barbas.
Las feas se ocultan ahora en selfis con posturas imposibles de cuellos retorcidos.
Los matones y los cobardes hacen ahora lo mismo, guarecidos tras la tecla presuntamente irreverente, pretendidamente graciosa, objetivamente demagoga. Rotundamente falsa.
Las nazis del triángulo de cuatro dedos, por ejemplo, te señalan con uno y te acusan y te enjuician y te condenan. Desigualdad de condiciones de las reinas de una igualdad deconstruida.
Ahora la política se disfraza de atenta escucha y de frase complaciente. Ahora (dicen) no vomitan palabras. Ahora (dicen) conversan.
Veo a jóvenes parejas, educadas en logses y lomces, hijas de la modernidad, escupiéndose insultos. Amenazando, ellos. Cabizbajas, ellas. O al revés. Miedo, acoso y anulación son sus muestras de amor.
A los 40 ya no hay crisis. Ahora, a los 40, los tíos corren.
Ahora, el plural neutro lleva arrobas de estupidez y postureo.
Los niños se hacen fotos, como sus padres, ante sus espejos y las enseñan al mundo.
Los padres hacen la tarea de sus niños.
Supe hace unos días que la gente de bien está de vuelta al huerto. Cultivando la tierra para sobrevivir, como en siglos pasados.
La mala gente, no. Esa continúa sentada en sus sillones, en sus bancos de las ventajas. Haciendo malabares con nuestras cabezas de juguete. Equilibristas del desequilibrio. Eso es como siempre.
Porque todo cambia pero nada cambia. Seguimos siendo animalitos amaestrados. Cautivados ahora por la nueva religión moviltecnológica. Maravillosas cámaras caleidoscópicas desde las que invisibilizamos al tipo que duerme sobre sucios cartones y al que se arrastra de cajero en cajero y al niño del Kalashnikov y al que pasa hambre a nuestro lado. Incluso a nuestra propia hambre.
Cámaras para desdibujar injusticias. Para no ver nuestras propias heridas. Los disparos en el alma que nos propinamos cada día. Tan sesudos y preparadísimos incultos que somos. Informadísimos desinformados acríticos. Tan solidarios cuando nos lo ordenan en Twitter y en la tele. Tan ciegos el resto del tiempo.

Tan falsos como nuestros perfiles. Tan necios seguimos, como siempre.

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