Mi mundo, Mis preferidos

El miembro fantasma (II)

Hay días en los que uno se levanta más receptivo. Diferente. Sensible. Días en los que uno descubre serendipias, o las alimenta. En los que cada momento es un guiño y el corazón, que va siempre por su lado sin importarle gran cosa lo que hagan las demás partes de tu cuerpo, te engaña con espejismos, manejando tu cabeza a su antojo como un ilusionista.

A veces, Jaime mira hacia un punto indeterminado de la habitación y sonríe. Nunca pasa nada, pero ayer fue distinto. Fue uno de esos días, y su gesto, esta vez, me estiró la piel y humedeció mis ojos. Por un momento, sentí a mi lado a mi padre haciéndole carantoñas, llamando la atención de su nieto porque él sí puede verle. Tan solo fue un momento. Luego, como un ruidoso taladro en mitad de  la noche, llegó de nuevo la realidad, tan terca y tan sosa.

Así que ahora me sorprendo creyendo en fantasmas… Sintiéndolo a mi alrededor, observándome cada día y protegiéndome, como hizo siempre. Lo veo en las miradas y los gestos de mi hijo. En su sonrisa.
Bien pensado, si lo miras del revés, sentir la presencia de alguien no es más que constatar su ausencia. Es curioso. Quizás se trate solo de eso: de echar de menos a tu padre. De lamentar que tu hijo nunca pueda conocerlo. Seguramente es en esos momentos cuando el corazón te engaña. Pura supervivencia:  lo hace para que no lo destroces.
No. No se trata de fantasmas, sino de esperanza. La misma con la que el amputado espera ansioso siquiera un poco de dolor de un miembro que ya no tiene. Ni tendrá nunca, por más que lo desee.

 

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